Febrero de 1977. Hacía ya cinco años que el gobierno de los militares aglutinados en el Partido de Conciliación Nacional PCN, había perpetrado el fraude electoral que robó la presidencia al ingeniero José Napoleón Duarte, electo por decisión popular, a favor del coronel Arturo Armando Molina, impuesto por la Asamblea Legislativa, en un remedo de elección secundaria.
Muchos y muy graves acontecimientos se vivieron en ese lapso. Ya antes había fracasado el desarrollismo industrial centroamericano, con la
mal llamada Guerra del Fútbol;
nombre con el que se denostaba la imagen de los pueblos y soslayaba las causas profundas que la motivaron. Tal circunstancia empeoró la situación social y levantó un oleaje de manifestaciones de descontento popular.
Desde 1972, sale a la luz la guerrilla naciente, lo que obliga al régimen a incrementar la represión.
En 1975, el gobierno masacra una manifestación de estudiantes de secundaria y universitarios. La turbulencia nos envolvía a todos y nos empujaba, a paso de polca, a la fatalidad de la violencia.
En 1977, bajo la bandera de la Unión Nacional Opositora UNO, se postula de candidato a la presidencia, el coronel
Ernesto Claramount. No era un militar más. Descendía del general Antonio Claramount Lucero, quien fuera candidato a la presidencia en tres ocasiones y lograra un apoyo popular, sobre todo en el campo; el coronel llega a la contienda electoral con una hoja de servicio impecable.
Ocupó cargos de alta confianza en los gobiernos anteriores, como la jefatura de seguridad del coronel Julio Rivera; se retiró del servicio activo, con honores, como héroe de la guerra. Se pensaba que eso sería una garantía para respetarle un triunfo en las urnas.
Basta ver su perfil de militar y ciudadano, para darse cuenta que su incorporación a la política en el bando opositor, fue un gesto de prístino patriotismo.
Era evidente que él, como parte de las conciencias más claras de la época, se ponía al lado de los desposeídos.
Por aquellos años, había dos definidas corrientes políticas en el Ejército. Por un lado, los que servían fielmente a la oligarquía terrateniente. Por el otro, estaban los que veían más allá de sus intereses.
Eran hombres formados en ideales y creían en el servicio a través de la institución armada.
El coronel Claramount no contaba –nadie– con la desmedida ambición del otro bando, que no se detuvieron ante nada ni nadie.
En las elecciones presidenciales del 77, la hicieron de nuevo;
el fraude fue descarado y planificado en todos sus detalles, lo que le da el carácter de delincuencia organizada. Dejaron a oscuras los centros de votación, robaron, intimidaron, rellenaron urnas a placer. El general Carlos Humberto Romero fue impuesto de la manera más cínica, el 25 de febrero.
En protesta, ante esta situación, el coronel se tomó la Plaza Libertad, en el centro de San Salvador, con un grupo de seguidores y con la simpatía y el apoyo de toda la población. Con un tono enérgico y directo, el coronel dijo: “
Si nos quitan la victoria nos damos en la madre”. En el aspecto jurídico, la UNO, concediéndole el beneficio de la duda al sistema, interpuso un recurso de nulidad de las elecciones, ante el Consejo Central de Elecciones.
No sirvió de nada.
El 27, a las once de la noche, tropas del Ejército y la Guardia Nacional, contraviniendo todo principio y su misión constitucional, dispararon contra la concentración. El coronel y sus seguidores tuvieron que refugiarse en la iglesia del Rosario, frente a la plaza. Cerca de doscientas víctimas cayeron esa noche, bajo las cobardes balas del régimen;
el 28 por la mañana, aunque el gobierno, a través de los medios de comunicación anunció que ya todo estaba en calma, volvió a disparar contra la gente que buscaba reagruparse en la plaza. Monseñor Arturo Rivera y Damas, obispo auxiliar de San Salvador, tuvo que mediar para garantizar la vida del coronel y sus seguidores.
Ese fue el punto de inflexión de nuestra historia contemporánea. La crisis se precipitó. Los líderes de la oposición fueron exiliados hacia Costa Rica.
Monseñor Oscar Romero, que asumiera el arzobispado de San Salvador,
el 8 del mismo mes de esos fatídicos acontecimientos, inicia su pastoral de denuncia y opción por los pobres.
Su primer acto de rebeldía fue no asistir a la toma de posesión presidencial. Por su parte, la guerrilla inicia su crecimiento incontenible y un accionar militar moralmente justificado.
El gobierno espurio de Carlos Romero incrementa la represión, sobre todo en el campo. Dos años después es derrocado por un movimiento de militares jóvenes, pero ya era tarde para detener el derramamiento de sangre.
El asesinato del arzobispo Romero en 1980, vino a sellar nuestro destino.
En la actualidad, aún vivimos las consecuencias de aquel momento. Los protagonistas de entonces, como muertos insepultos, tienen sus sucesores en las principales figuras que detentaron el poder hasta ahora y que están a punto de salir.
La oligarquía terrateniente fue reemplazada por la oligarquía financiera y los militares, por los grupos mediáticos. El PCN, sombras de gloria mal habida, experto en fraudes políticos y trampas legales, fue la tapadera de las prácticas corruptas. Hasta las elecciones recién pasadas, que han abierto una ventana de esperanza de cambio real y esperamos que redefina las estructuras de poder.
De lo que sí es seguro, que el PCN se ha enredado en sus propias ilegalidades y ha propiciado su colapso definitivo.
ARENA, el partido que estuvo en el poder por veinte años, es una especie de fósil viviente de la guerra fría. Intolerante y fanático, con su actitud de silencio ante todos los horrores que se cometieron durante cincuenta años de gobiernos militares, refrendó todas las tropelías contra el pueblo, desde la época de la masacre indígena de 1932.
En 1992, después de los Acuerdos de Paz, se habló muy tímidamente sobre “los fraudes electorales”, “las represiones de los gobiernos militares”, etc., pero sin actitud crítica, como por no dejar. Los recalcitrantes, que, contrario a la guerrilla y el Ejército, nunca depusieron sus armas (ideológicas); a través del poder mediático de su propiedad, siguieron su guerra contra las ideas nuevas, el respeto a los derechos del adversario y de los desposeídos. Se dedicaron, sin tregua, a frenar la evolución social natural que debió seguir el país.
Y casi lo consiguieron, hasta las elecciones de este año, en que entre todos, vencimos el miedo y la mordaza, a pesar de que, de nuevo,
sacaron los burros esqueléticos y tuberculosos de siempre para jalar la misma carreta chillona; pretendían obligar a los electores a votar por ellos, no porque eran la mejor opción, sino por el miedo a los mismos fantasmas de los últimos cien años. Evidentemente, todo el mundo ha evolucionado, menos ellos.
Y yo me pregunto si ahora que han sido derrotados, van a seguir cantando las mismas frases de odio e intolerancia, mientras mueven el pulgar hacia abajo con gesto oligofrénico.
En estos veinte años, a pesar de todo el sacrificio del pueblo por evolucionar, en ningún momento, los gobiernos areneros se deslindaron de las tropelías y violaciones del pasado; ni siquiera tuvieron la valentía de pedir una disculpa a las víctimas.
Nunca se reivindicó el derecho del coronel Claramount a la Presidencia de la República, ni se le hizo honores de Jefe de Estado en su sepelio. Lejos de eso, desde su prepotencia, siempre ponderaron el pasado de abusos y volvieron a victimizar a las víctimas.
“
Si nos quitan la victoria nos damos en la madre”. Ese grito de batalla de un hombre valiente, resonó durante los días previos a las elecciones de este 15 de marzo. Todo el pueblo, de una punta a otra de la república, estuvo alerta y denunciante sobre cualquier intento de fraude.
Ese clamor que movilizó el ánimo de todo un pueblo, es un poderoso arcano del inconsciente colectivo, que devino en la movilización civilista popular más grande en la historia contemporánea.
No sabemos a ciencia cierta si querían o podían perpetrar un fraude, y tal vez nunca tengamos la certeza, pero hay cosas inexplicables, como las rayas verdes y azules pintadas en toda la capital con maquinaria del MOP, que es el único que la tiene en el país. Pero la defensa de nuestra voluntad soberana, se palpaba en todo el pueblo. Así fue como se hizo posible el triunfo del FMLN en las urnas.
En este momento, tiene que dársele paso a la verdad. Tenemos que reencontrar a los desaparecidos, curar las heridas de los torturados, pedir perdón y perdonar y reivindicar a nuestros patriotas.
Entre ellos, y quizá en primer lugar,
al coronel Ernesto Claramount Roseville, quien fuera el presidente constitucional de 1977-1982, por decisión popular. Será una deuda de honor que deberá cumplir la nueva Asamblea Legislativa, de imponer la banda presidencial a su digna viuda,
la señora doña Gloria Villafañe de Claramount.
Carlos Velis
carlosvelis@ymail.com
[Diario CoLatino]