Carta al periodista Mauricio Funes

Carta al periodista Mauricio Funes

Dagoberto Gutiérrez

Me he enterado de los choques con el aparato ideológico de la derecha y, en realidad en la vida solo el que no vale nada no tiene enemigos; pero tratándose de una desigual lucha por alcanzar el control del poder ejecutivo, conviene pensar, como sin duda vos lo haces, en los enemigos políticos porque estos son los que chocan con los ideales, propósitos y proyectos y en ocasiones surgen como la mala hierba en un campo no segado.

Es llamativa la situación de tu campaña porque ni la oligarquía ni sus aparatos partidarios o ideológicos religiosos han enfilado sus baterías de manera frontal y total contra tu persona; pero los así llamados medios parecen cumplimentar la función de afilar los cuchillos mas filosos en tu contra.

En los últimos días sos presentado como ex periodista y así, de un solo suspiro, intentan despojarte de tu calidad profesional fundamental y decisiva, la capacidad que has forjado durante más de 20 años y la que te permitió, pesar y sopesar el pálpito del pueblo y la que permitió, a su vez, a este pueblo medirte como ser humano y apoyarte como candidato; esta es tu medida civil irrenunciable e incuestionable porque solamente desde ahí, por ahora, se intenta asaltar el cielo con el arma vulnerable de los votos.

Por supuesto que sabemos muy bien que una televisora, un diario, una radio, una revista constituyen los aparatos ideológicos del estado que se encargan de llevar adelante la guerra ideológica necesaria y conveniente para que el estado salvaguarde sus intereses. Esto es así en la Tierra, en Marte y en Alfa Centauro y esto quiere decir, desde luego, que ninguno de estos aparatos puede, aunque quisiera, ser neutral o independiente o imparcial porque si su cometido fuera la verdad en la información, esta sería una parcialidad frente a la mentira y si fuera la desinformación, sería una parcialidad frente a la información.

Como estamos viviendo en todo el continente momentos extraordinarios, de cambios en la correlación y de resquebrajamiento de un orden hasta ahora inconmovible e invencible, estamos viendo como el mundo formal y formalmente imparcial, pierde su formalidad y su elegancia y aparece con su verdadero rostro, su voz y posición. Es el momento en que se derrumban las caretas y disfraces y en la cancha ideológica, más que en la política apreciamos la urgencia y emergencia de las derechas.

Por supuesto que no es, en el fondo, un problema de periodistas como aparentemente se presenta porque estos no son los que deciden las políticas ni las vigas maestras de ellas, son más bien los operarios que ciertamente pueden influir y algunos hasta remontar posiciones conservadoras y de defensa del orden; tampoco se trata, en lo esencial, de problemas personales sino de un choque inevitable entre aparatos estatales y una especie de insurgencia electoral inaplacable.

Es el terreno ideológico donde se está librando, hoy por hoy, la batalla entre el antiguo y desacreditado orden y la posibilidad de otro. En la subjetividad actual se expresa el quiebre del sentimiento de libertad, de seguridad y de control de la satisfacción de las necesidades; el actual régimen y su economía no son capaces de garantizar ninguno de estos tres pálpitos, por mucho que sus aparatos ideológicos y sus ideólogos machaquen, segundo a segundo, las conciencias de los seres humanos con un discurso de bienestar y fiesta.

Los periodistas son, como tú sabes, una categoría de ideólogos que materialmente pueden depender de la empresa; pero espiritualmente podrán ser capaces de pensar y de sentir con cabeza y corazón propios. Este es el terreno verdaderamente decisivo porque es la subjetividad el escenario que domina el mercado para hacer de cada ser humano un buen consumidor y usa también el estado para fabricar, en tiempos normales, ciudadanos y en los tiempos actuales también consumidores de mercancías e ideologías.

Es cierto que la derecha no está ganando las elecciones del 2009, que no cuentan con recursos políticos ventajosos de la gestión de su régimen, y que sus aparatos enfrentan a un enemigo que no es comprable ni corrompible; pero sí deformable: la realidad y la conciencia de un pueblo que rechaza la vida actual y exige una diferente, de eso se trata, de construir una vida nueva y ante los primeros avances ladran los horizontes.